Erase una vez en el medio del desierto patagónico, un lugar inhóspito
donde costaba acceder a la humilde aula del pueblo. Juancito, con sus ocho años y su mochila a
cuestas a duras penas llegaba a su endeble escuela.
El docente multifunción se desvivía por impartir conocimientos a niños
de distintas edades en simultáneo y sin contar con modernos elementos.
– ¿Para qué sirven estos temas, cuándo podré aplicarlos? Vivía preguntándose
en forma desesperanzada el niño.Su mirada al horizonte no encontraba respuesta.
Pasaron los tiempos, los lugares y las circunstancias, y un día de
unos veinte años después –ya trabajando en una organización de una gran urbe– la vida puso a aquél nene ante una disyuntiva:
desde su escritorio y como experto en temas informáticos estaba a un enter de
poder embolsarse una importante suma de dinero que debía ser destinada a una
fundación para la ayuda de escuelas rurales.
Era plata, era fácil, podía ser ya suya pero…algo estremeció su ser, una
fuerza interna, una voluntad superior lo encaminó a realizar lo que
correspondía pese a los laxos controles que le hubieran permitido desviar esa
donación: fue entonces que su mouse se orientó hacia la celda indicada y el
donativo, sin más, fue a parar a donde debía ir. Una extraña pero placentera sensación
recorrió su cuerpo, muchas imágenes lo trasladaron hacia su pasado y todas esas
escenas se detuvieron en aquella sonrisa de su profe: sí, el mismo del cual él
pensaba que sus enseñanzas eran poco útiles para su vida adulta. Fue entonces
que comprendió, como nunca, el significado de la palabra MAESTRO.
Alejo de Dovitiis ©
2014
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