jueves, 23 de diciembre de 2010

Un cuento de Navidad

Se acerca el 24 de diciembre por la noche y los recuerdos vienen a mi.
La gran ciudad, el mar, las montañas y la esperanza que la llegada del niño Jesús ilumine nuestros hogares.
Desde mi ventana las estrellas se mueven más deprisa como si tuvieran que preparar algún sendero especial para el la llegada del Mesías.
Es hora de balance y como en todo asiento hay un debe y un haber, sin resultados extraordinarios, al menos en este ciclo que está a punto de finalizar.
Más allá de números tangibles, se añoran personas, momentos, etapas -muchas de las cuales nunca han de volver- y otras que uno ansía recuperar.
El árbol verde y luminoso incesante se prende y apaga asemejando a flashes que van retornando y borrando nuestros más lindos y duros recuerdos. Cuando miro la Luna, cada Navidad, siempre trato de comunicarme con el Cielo. De allí ha de bajar a todos nuestras casas el enviado de Dios para darnos fe, hacernos reflexionar y demostrarnos que la vida es más que un simple día a día.
¿Dónde estarán nuestros seres queridos, nuestros amigos? ¿De qué manera celebrarán esta fiesta de la familia? ¿Podrá cada uno renovar las esperanzas e iniciar con fe el nuevo año?
¿Cómo será esta noche tan especial en las zonas pobres o donde impera la nefasta guerra? ¿Pensarán en Jesús o solamente en su lastimoso presente? Tantas sensaciones vienen a mi...
En fin, ya llega un día especial, el del nacimiento de Jesús, pero sería hora que todo el mundo -cada habitante- lo pueda celebrar en paz, en familia y con esperanza.
Será entonces la hora de abrir nuevamente la ventana y ver que la dicha se desliza sin freno por todos los contornos del Cielo.
Tal vez debamos armar, a través de todo el planeta, un pesebre gigante y comenzar nuevamente desde el inicio, rescatando los valores fundamentales de la Humanidad.
Que sea una noche de paz y amor para todos.
¡Felices fiestas!!!


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